Miro a mi gato dormir hecho una rosquilla y me hace pensar en sus dos kilos seiscientos, el tiempo pasa, yo sólo espero estar haciéndolo bien, al parecer no hay mucha queja del lado felino. Fuimos y vinimos con bien de Londres y de Holanda, es increíble como va y viene uno de un lugar a otro con tanta facilidad y con tanta fluidez.
Hoy hablaba con una estudiante mía y me comentaba que ella no puede entender a sus amigas que les gusta, deciden quedarse, casarse, tener hijos, y criarlos en el mismo lugar donde nacieron, y aunque algunos me llamarán loca, yo a veces pienso en ello y admiro a la gente que lo hace, se me antoja de vez en cuando tener raíces y sentirme en un lugar donde mi corazón vibre y pertenezca. Sin embargo, creo estar condenada migrar, digamos que es una elección, por lo menos eso es lo que me digo.
No he comprado nada para la casa, mis paredes todavía están blancas y vacías y creo que me gustan así, están adornadas sólo por la luz que entra por la ventana, así me gusta, sé que me cambiaré eventualmente es como una condena como lo he dicho, de hecho ya empecé a pensar en ello, ahora quiero un apartamento de dos habitaciones y dos baños, imposible en el centro de Granada, no me importaría vivir en un pueblo silencioso donde no haya nada más que el olor del campo.
Creo que ya estoy creciendo, por cierto fue mi cumpleaños y por primera vez en la historia no fue un drama, me la pasé bastante bien entre Londres y Amsterdam, entre paredes rosas, cerdos y respiraciones profundas, sin olvidar un agujero negro que eventualmente se disfuminó.
Oigo en loop The Art Teacher de Rufus Wainwright y tengo muchas ganas de llorar, hay algo en esta canción que me toca profundamente, delicadamente, no es tristeza, quisiera saber que es?